jueves, 22 de noviembre de 2007

El mundo como acertijo - Graciela Montes


Estamos viviendo un tiempo raro y de muchas maneras nuevo, en el que el mundo -esto que nos rodea y nos contiene- se nos muestra de a ratos como prisión, de a ratos como desierto, de a ratos como kermesse. A veces tenemos la sensación de estar irremisiblemente "adentro", atrapados en el interior de algo que, mal que bien -más mal que bien para al menos los dos tercios del planeta- nos determina y rige con leyes de hierro nuestra vida. Otras veces la sensación es más bien la de estar "afuera", la de no pertenecer a nada. Nos sentimos solos y demasiado sueltos, ya que "eso" que al parecer nos contiene nos resulta ajeno, no pensable y por completo desprovisto de refugios. Para escapar de estas dos sensaciones de tinte dramático -la de la sumisión a un poder opresivo y la del anonimato y la indiferencia- contamos con la kermesse. Ahí la sensación es la de estar asistiendo a un espectáculo siempre fugaz, y más o menos colorido, mezcla de shopping, reality show y maxikiosco, donde nuestra misión -más allá de sobrevivir- es entretenernos.

Es menos frecuente que el mundo se nos presente de frente, digamos, mirándonos a la cara. En esos casos toma la forma de enigma, de acertijo. Nos sorprende, nos intriga, nos sume en la perplejidad. ¿Qué es esto que me rodea? ¿qué estoy haciendo yo aquí? ¿hay algún indicio del que pueda agarrarme para moverme aquí adentro, para encontrar un sitio? Cuando experimentamos el mundo así, en forma más o menos directa, cuando nos disponemos a recibirlo en toda su multiplicidad, de manera densa, espesa y abigarrada, como cuando éramos niños y nos permitíamos sorprendernos, toma esa forma, la de acertijo, un poco como si se tratara de un texto escrito en otro idioma, un texto que no logramos entender. Sin embargo, las más de las veces la experiencia directa del mundo nos está negada, ya que se nos interponen muchísimas mediaciones, instrumentos, instructivos, consignas, filtros, que nos entregan el mundo envasado y despojado de su enigma. Y esa inquietud, esa perplejidad, van siendo menos frecuentes que antes.

Un mundo opresivo, en el que la concentración de poder es más fuerte que nunca; un mundo indiferente, en el que han estallado los viejos marcos de referencia sin que se hayan constituido otros; un mundo hecho de fugacidad, de espectáculo y entretenimiento inconsecuente, y un mundo mediado, filtrado, cada vez más alejado de la experiencia directa, en el que no nos permitimos, ni se nos permite, sentirnos perplejos y construir nuestros sentidos. ¿Qué lugar puede ocupar la lectura en un mundo como éste?

Sin embargo, yo viene aquí a hablar de lectura, y ustedes a escuchar hablar de lectura. ¿Por qué? ¿Qué nos lleva a dedicar el día a la reflexión sobre la lectura? ¿Por qué hablamos tanto de lectura, y recordamos con nostalgia a los lectores perdidos, y hablamos del modo de conservar a los que nos quedan y planeamos maneras de formar cuanto antes -antes de que la lectura desaparezca del todo- otros lectores nuevos? ¿Por qué tanto dramatismo en el planteo? ¿Cuáles son las ideas, las fantasías y las expectativas que nuestra época deposita en los libros, en la lectura, en las escenas lectoras (si es que deposita algunas)? ¿Por qué nos parece tan necesario salir a predicar que leer es bueno?

Por un lado, no puede llamar la atención que lo hagamos, que salgamos a defender la lectura, ya que vivimos literalmente sumergidos en la letra. Nuestro mundo es un mundo escrito, aunque haya amenaza de extinción de lo que llamamos "lectores" y "lectura". Leer se leen -hay que leer- muchísimas cosas, desde un poema, una novela o un ensayo, a diarios y revistas, manuales, enciclopedias, diccionarios, un folleto, la lista de las compras, la guía telefónica, el horario de los trenes, las indicaciones de pantalla de las computadoras, catálogos, carteles indicadores y publicitarios, cartas, facturas de servicios, etiquetas, el menú de un restorán, inscripciones diversas -grabadas en la piedra o pegadas con un imán a la puerta de la heladera-, recetas o fórmulas químicas y matemáticas. El camino de la letra ha sido hasta ahora arrollador e irreversible.

El analfabetismo resulta decididamente fatal, injusto y excluyente en una sociedad de escritura como es la nuestra. Se dice que se lo está superando y que, en cinco años más, ya no quedarán en el planeta habitantes mayores de diez años que no sepan leer y escribir. ¿Tendremos entonces un número equivalente de lectores? Todos sabemos que no necesariamente. Todos hemos hablado y oído hablar del analfabetismo funcional, del iletrismo, en el que la práctica de lectura y escritura, reducida a lo instrumental, progresivamente va perdiendo sentido y se atrofia. De manera que, si bien ser un lector supone un ser un alfabetizado, aparentemente no todos los alfabetizados son lectores.

Pero entonces, si leer y escribir no es suficiente para tener status de "lector", ¿a quién llamaremos lector? Cuando hablamos de los lectores y de formar lectores, ¿en quién estamos pensando? ¿en un lector como Don Quijote, leyendo con avidez sus novelas de caballería y saliendo luego, lanza en ristre, a emular a los mejores? ¿o en Irineo Funes, la pura memoria? ¿en Madame Bovary, la soñadora, sentada en los jardines de su internado, construyéndose un mundo alternativo? ¿en la madre del revolucionario de Gorki, que aprende a leer en un panfleto por amor a su hijo? ¿en Bastián, el de La historia interminable, siempre a caballo entre dos mundos? ¿en los lectores-libros vivientes que imagina Bradbury en Fahrenheit? ¿en los traductores de Aristóteles, que se peleaban con los teólogos en el siglo XII? ¿en los devotos del folletín? ¿en los activos usuarios de las bibliotecas populares a principios de siglo? ¿Qué clase de escenas lectoras se corporizan en nuestra imaginación cuando hablamos de lectura y qué sentimientos nos despiertan esas escenas? ¿Cómo imaginamos al lector? ¿sentado en su cátedra? ¿tendido en la cama? ¿atento a la pantalla? ¿hojeando una revista? ¿marcando el libro con un lápiz? ¿abrazándolo contra el pecho? ¿esgrimiéndolo en la mano?

Raymond Williams, historiador de la cultura, define un concepto delicado, casi intangible, que llama "structure of feeling", estructura de sentimiento. Es algo así como el tono, la pulsión, el latido de una época. No tiene que ver sólo con su conciencia oficial, sus ideas, sus leyes, sus doctrinas, sino también, además, con las consecuencias que tiene esa conciencia en la vida mientras se la está viviendo. Algo así como el estado de ánimo de toda una sociedad en un período histórico. Algo que se palpa y nunca se atrapa del todo, pero que suele quedar sedimentado en las obras de arte. A eso llama Raymond Williams estructura de sentimiento. Esta estructura de sentimiento, aunque intangible, tiene grandes efectos sobre la cultura, ya que produce explicaciones y significaciones y justificaciones, que, a su vez, influyen sobre la difusión, el consumo y la evaluación de la cultura misma.

La pregunta sería entonces: ¿tiene la lectura un sitio significativo en la "estructura de sentimiento" de nuestra época? Si no lo tiene, no habrá discurso de legitimación que alcance para volver a convertirla en experiencia, y necesariamente todo recién alfabetizado terminará convirtiéndose en iletrado. Y, si lo tiene, ¿cuál es? ¿qué "sentimientos" despierta en nuestro momento histórico la práctica -individual y social- de la lectura? ¿son los mismos que despertaba hace quinientos, doscientos, ochenta o cuarenta años?

Se me ocurre que la lectura -la práctica de la lectura- está en crisis porque ha perdido su vieja significación social y no termina de encontrar una nueva, la que le corresponde a nuestro tiempo. Como si confluyesen, por un lado, un conjunto de "ideas acerca de la lectura", bastante cristalizadas, resabio de la estructura de sentimiento de un momento histórico anterior, y, por el otro, un estado de ánimo -el correspondiente a la época- en el que la práctica de la lectura no termina de encontrar su sitio. Hay un desencaje, el desencaje nos provoca desasosiego, y el desasosiego nos lleva a multiplicar los discursos, que, cuando cristalizan, se convierten en trampas.

Una rehistorización de la lectura puede servir para ayudarnos a salir de los discursos cristalizados. La lectura -como los historiadores de la lectura han mostrado- cambia, tiene una historia, no es de una vez y para siempre, siempre idéntica, sino que ha llegado a ser, se transforma. Ni las modalidades ni los protagonistas son los mismos. Durante muchísimo tiempo la lectura y la escritura fueron privilegio de un grupo muy reducido de personas, las mismas que decidían las guerras, las alianzas, las modas, los impuestos y que, mediante la letra y el canon, la ortodoxia que la letra transmitía, buscaban moldear la configuración simbólica de la sociedad. Pero, como bien se sabe, y aun en esas estrechas circunstancias, aparecieron las contradicciones, y la historia siguió adelante. Hubo luchas religiosas, ascenso de la burguesía, invención de la imprenta, educación pública, alfabetización masiva, secularización, multiplicación de los textos, abaratamiento del libro y, para el siglo XIX, ya había estallado eso que se llamó "el furor de leer". Y apareció "el lector", un agente social nuevo, ágil, capaz de cruzar sus barreras sociales, a la vez devoto y exigente, alerta. Los lectores se interesaban por los lectores. El circuito del libro (formado por escritores, traductores, editores, bibliotecarios, maestros, libreros, tipógrafos e imprenteros) estaba todo, de punta a punta, en manos de lectores.

En ese tiempo de expansión del libro, leer era socialmente muy significativo. La lectura era una llave. Eso no significa que la letra fuera siempre y por naturaleza transmisora de un pensamiento liberador (de hecho buena parte del material que circulaba era dogmático y funcionaba en un sentido domesticador, aunque había de todo). Lo novedoso estaba en el libre acceso, que permitía el surgimiento de esta figura nueva: "el lector" o, muchas veces "el ciudadano lector". En El siglo de las luces de Carpentier, y también de alguna manera en la Amalia de Mármol, es posible encontrar a ese modelo de ciudadano-lector.

Todavía podemos encontrar ese fuerte sentido de promoción social si hablamos con algunos argentinos ya viejos, usuarios de alguna de las más de mil quinientas bibliotecas populares que se abrieron en los barrios y en los pueblos a comienzos de siglo, vinculadas a veces con una sociedad de socorros mutuos, un centro socialista, un sindicato. Luis Alberto Romero dio hace poco una excelente conferencia acerca del espíritu del momento. Leer -y conocer, porque el conocimiento y la discusión estaban ligados a la lectura de biblioteca- era el modo de completar -y de dar sentido- a todo un cambio social en marcha. Leer era ocupar un espacio, convertirse en paseante de la cultura, haciéndola propia, no de manera erudita pero sí con frescura y libertad, como si se recorriese un paisaje. Leer era significativo.

También era significativa la lectura para los protagonistas del acontecimiento de quema de los libros del Centro Editor de América Latina que se rememoró especialmente en la última Feria del Libro de Buenos Aires. Para los que hacíamos esos libros, para los que los leían y también para los inspectores de censura que cayeron sobre nosotros en 1978, en plena dictadura militar, y para el juez que mandó incinerarlos leer era significativo, sin lugar a dudas. A todos, con un sentido o con otro, la lectura, lejos de sernos indiferente, nos significaba.

Un lector era alguien para quien la lectura tenía sentido, significaba. Alguien que, por medio de la lectura -y de todo lo que la lectura traía aparejado: información, marcos culturales, discusión de ideas, mundos fantásticos, viajes- de algún modo redefinía su lugar en el mundo, su lugar personal y también su dimensión social. Y alguien autónomo, además, que entraba y salía de los universos, y hacía su camino.

Creo que es eso lo que extrañamos hoy: la significación -no la masividad-, y la autonomía. Aunque se produzcan hoy muchos más libros que antes, y aunque, en un sentido democrático, sean muchos más los que están en condiciones (potenciales) de leer, leer ya no parece significar, para la estructura de sentimiento de nuestra época, lo que significaba antes. Eso no supone el apocalipsis, ni supone que la lectura esté condenada a desaparecer de la faz de la Tierra, como sugieren algunos profetas de lo irreversible. Lo que supone, sí, es que la lectura está cambiando, y que de alguna manera habrá que refundarla para que gane un nuevo sitio. Debemos estar dispuestos a ese cambio. No creo que nos convenga abroquelarnos en las viejas significaciones, conservándolas así, cristalizadas y en bloque, ofendidos por el avance de las nuevas tecnologías, por la incultura y por la amenaza que parece pender sobre el objeto libro. Por ser lectores, justamente, deberíamos "leer" de manera más libre y más desprejuiciada lo que nos está pasando.

No cabe duda de que al mundo le hacen falta lectores y lectura, en eso estamos todos de acuerdo. Incluso se podría decir que le hacen más falta que nunca (por eso mencionaba al comienzo el poder concentrado, la pérdida de marcos de referencia y el funcionalismo). Pero tampoco cabe duda de que es necesario volver a plantear las cosas.

Voy a hacer pie en el sentido más amplio, fuerte y primario de la palabra "leer": recoger indicios y construir sentido. Y esa es una actividad que comienza al momento de nacer -o acaso antes- y termina en la lectura final, la del estribo (si tenemos la suerte de que la muerte nos sorprenda leyendo). Es anterior al libro, incluso anterior a la letra, y sin duda anterior a la escuela, a las cátedras universitarias, a los circuitos literarios y culturales. Pero es lo que hace a cualquier lectura ser lectura. Y lo que le da peso y sentido, en consecuencia, al libro, a la letra, a la escuela, a la cultura, a la civilización, a la ciencia. Si esa clase de lectura desaparece, la lectura ya no es lectura.

¿Qué es lo que desencadena esa actividad de construcción de sentido? ¿Que nos lleva a recoger indicios y a "dibujarnos" el mundo de cierta manera? El acertijo, el enigma. Esa presencia, enigmática siempre, de lo que nos rodea cuando la recibimos de manera directa, con nuestros sentidos, en toda su densidad. Leemos porque estamos perplejos, sorprendidos, conmovidos e intrigados. Tenemos la difusa sensación de que, en eso que nos deja perplejos, nos sorprende, nos conmueve y nos intriga, algo hay que tal vez podamos atrapar, alguna clave, un secreto.

Visto así, el universo de las lecturas sería una tarea de por vida, un sitio en permanente construcción, una especie de ciudad, siempre en obra, nunca quieta. Cada lectura, como una especie de pequeña constelación de sentido que ingresa y, al ingresar, reordena, reconstruye ese espacio en obra, nuestro espacio propio, nuestra producción más genuina. Si es cierto que el bebé, desde la cuna, busca claves y construye sentido incansablemente -Françoise Dolto piensa que, con el vaivén de una cortina hamacada por el viento, el trino de un pájaro y el cólico que se siente ir y venir por el interior de su cuerpo, el recién nacido es capaz de construir sentido, de "decirse" algo- habría que concluir que esa clase de lectura es la primera en aparecer y la última en desaparecer de nuestra vida. El acertijo no se resuelve nunca, el enigma es siempre mudo -mi límite, como decía Wittgenstein-, pero entre tanto fui construyendo mi ciudad, mi casa, mi pequeña galaxia de lecturas.

Poner la lectura en este terreno elemental no pretende desprestigiar ni disminuir el valor específico de la enseñanza de las destrezas de la lectoescritura, que seguirán teniendo su espacio fundamental, ni quitarle su lugar al libro, al universo de la cultura, al patrimonio escrito, sino reinstalar la lectura en su dimensión humana y en su lugar social: recordarnos que leer es una práctica de lo más natural, que estamos espontáneamente abiertos a la lectura, que todos somos lectores aunque muchas veces luego dejemos de serlo.

Primera posta reflexiva, entonces: el hambre de sentido -el acertijo- desencadena la lectura. Queda claro que, cuando hablo de construir sentido, no me refiero a un significado específico, concreto, como si fuera decodificar una alegoría o un mensaje cifrado. Un niño "lee" el mundo cuando está jugando, por ejemplo. Un artista lo "lee" en su obra. A veces se "lee" con un desplazamiento en el espacio: por ejemplo, cuando se recorre una ciudad de hecho se la está "leyendo". Sí pienso en un lazo importante entre lectura y pensamiento.

Si bien se puede decir que los textos en general y los libros en particular proponen formas de lectura más especializadas (dobles lecturas, además, ya que a la lectura de lo escrito precede el propio lenguaje, que es en sí mismo una forma de lectura), y que las obras que a lo largo de la historia cuajaron en libros fueron componiendo un universo cultural de mucha sutileza y algunas condensaciones formidables, la única manera que tenemos de reinstalar la lectura como una práctica social vigente y extendida es si recuperamos su vínculo con esa necesidad básica que tenemos los humanos de cotejar con el acertijo del mundo.

En ese caso, la pregunta siguiente sería: si nacemos lectores ¿por qué dejamos de serlo? Y derivaríamos en que, al parecer, son las sucesivas desatenciones y exclusiones de nuestros semejantes y de las condiciones del mundo las que terminan por tapiarnos la lectura, disuadiéndonos de una actividad natural y convirtiéndonos entonces, cada vez más, en no lectores. Hasta el punto de llegar a convencernos de que en realidad no podemos leer, incluso de que no podremos leer nunca. Lo que supone un verdadero acto de fuerza, porque nosotros, desde el principio, queríamos construir sentido, éramos lectores.

Si es la sociedad (la ocasión, las condiciones) la que convierte a algunos en lectores cada vez más avisados y a otros en no-lectores, habrá que preguntarse si distintas sociedades, en distintos momentos históricos, han disuadido más o menos a sus lectores de seguir leyendo. Habrá que preguntarse cómo aparecen la ocasión o la clausura de las ocasiones en la crianza y en la educación, en el espíritu de las leyes, en las instituciones. Habrá que preguntarse cuál es la idea que nuestra sociedad tiene hoy de estas cuestiones, qué entiende por lectura, a qué llama lector, qué considera estímulo o disuasión de lectura. Y preguntarse también si los discursos "oficiales" en favor de la lectura no se contradirán con otros "discursos" mudos -señales, indicios, figuras, conductas- que también deberíamos "leer" como buenos lectores. No vaya a ser que los grandes gestos en favor de la lectura de la letra nos impidan leer otros gestos, más contundentes, que sirven para alejar a la mayoría de la población del planeta de toda forma de búsqueda de sentido.

Si observamos más en detalle ese momento histórico particular de nuestros países en que se instaló con fuerza la pasión de la lectura, veríamos que -tal como muestra L.A. Romero- hubo una confluencia de movilidad social, bibliotecas populares, ocio, vida de barrio, un conjunto de intelectuales que se sentían comprometidos con la cultura y con la historia, cierto iluminismo universalista y un puñado de editores entusiastas que producían libros buenos y baratos, todo lo cual terminó por concretar una "estructura de sentimiento" muy favorable a la lectura y a la formación de lectores. Tal vez podamos dar vuelta la cuestión y preguntarnos qué es lo que disuade hoy de la lectura, a pesar de las toneladas de títulos nuevos que se producen y de la fuerte presencia de un discurso institucional, oficial, acerca de la lectura.

Como -vuelvo a lo mismo- las cristalizaciones no son algo propio de buenos lectores, prometo no comenzar por decir que la culpa la tiene la televisión o la computadora. Más bien voy a comenzar por lo más elemental, la "estructura de sentimiento de la época", o lo que de ella podemos percibir dada nuestra falta de perspectiva.

Lo de hoy no parece ser la crítica ni la argumentación ni el razonamiento ni el pensamiento en general -y ya dije que, desde mi punto de vista, lectura y pensamiento están indisolublemente ligados-; tampoco la memoria (otro ingrediente básico). No manifestamos mayor interés por las causas, por la historia de los acontecimientos, la razón de ser, las tramas, las consecuencias, sino que, más bien, nos dedicamos a beber a grandes sorbos las novedades. El tono parece ser así, efímero y voraz: consumir, sin causas ni consecuencias.

Todo esto, que parece verdad de Pero Grullo, que cualquiera puede pulsar con sólo mirar un poco a su alrededor y en el interior de su propia casa, viene a cuento porque contradice, bastante frontalmente, lo que implica la lectura. Que es siempre construcción en el tiempo, y que supone cierta demora, cierta atención, cierto afincamiento. Es decir, justo lo contrario de la fragmentación, la fugacidad y el "surfeo", que parecen ser nuestro tono.

O sea que la lectura, para decirlo con claridad, no está de moda.

Las técnicas de animación a la lectura (una frase que siempre me recuerda la de "técnicas de reanimación" y que no puedo disociar con la ambulancia), sobre todo las más activistas, parecen un intento -algo obsecuente, según mi modo de ver- de acomodar la lectura al clima de época. Hay que "hacer cosas". Está claro que lo que se busca es generar vértigo y espectáculo en torno a una práctica -la lectura- que se ve como demasiado quieta y anclada, demasiado perseverante, demasiado silenciosa, hasta aburrida.

Lo mismo se puede decir del malentendido en torno al "placer de leer". El concepto había nacido en el marco de la "erótica del texto" en que se había embarcado Roland Barthes y que ponía el acento en la corporeidad y en la química de la lectura, pero luego, desprendido de ese marco, mutó, y terminó significando algo así como "divertirse leyendo" o "leer cosas fáciles, divertidas y que no traen problemas" o "leer cómodamente sentado en un almohadón", que también era una manera de aggiornar la lectura al tono de la época. Si bien la vinculación entre lectura y entretenimiento de ningún modo era nueva (la lectura había llegado a ser el entretenimiento favorito del siglo XIX y buena parte del XX), sí resultaba novedoso el mandato de "lo divertido" o de lo pasatista. En esos tiempos en que era la lectura era un entretenimiento favorito de las masas nunca había parecido necesario divorciarla del pensamiento. Los lectores de los folletines que salían en el diario La Prensa recibían literatura estrictamente folletinesca, de género, pero también otra mucho más exigente: Sue y también Balzac, Romain Rolland y Zola. Es de suponer que unos textos "hacían pensar" más que otros, pero los que "hacían pensar" entretenían tanto y tan bien como los otros. En cambio, el mandato de "lo divertido" produjo un gran recorte en las lecturas y una homogeneización que creó condiciones negativas a la práctica.

Es curiosa la instalación de ese mandato porque en estos momentos la función de entretener ya no está primariamente en la letra. Desde mediados del siglo XX los medios audiovisuales ocuparon la parte principal del territorio del ocio. Incluso dentro del propio libro, la imagen ganó nuevo espacio. ¿Cómo juegan esos medios audiovisuales, la programación de la televisión, por ejemplo, que según parece ocupa entre dos y seis horas de la vida de los argentinos, en la evolución y la transformación de la práctica la lectura? No es fácil establecerlo con certeza. De lo lo que cabe duda es de que, en el terreno del entretenimiento, la televisión ha desplazado en buena medida a la letra. En cambio, en la construcción de sentido y en el pensamiento, la televisión parece mucho más rezagada. Es difícil saber si algún día se podrá aprender a "leer" la televisión -como propone Bourdieu-, para convertirse así en un lector de tevé autónomo, del mismo modo en que se puede ser un "lector" de cine autónomo o un lector de textos autónomo. Es difícil saberlo pero no imaginar la posibilidad; en ese caso la reflexión sobre la lectura tendría un nuevo campo. Negarnos a considerar la posibilidad de leer -y entonces criticar y modificar- los medios audiovisuales (pensemos que el libro también sirvió para dogmatizar muchas veces) es, sencillamente, condenarnos a vivir bajo su influjo. Que, por supuesto, es poderoso. ¿Será por eso, por celos de ese entretenimiento tan fácil, que la industria cultural insiste tanto en que los libros son por lo menos tan divertidos como la tevé?

En todo caso, lo cierto es que la transformación se ha dado; ya es un hecho. Y entonces, si la imagen y la voz han ido ocupando muchos de los espacios de la letra, ¿que quedará para los libros? ¿Será su función la misma de hace cincuenta años? Seguramente no la misma, no idéntica: nuestra época ha puesto todo sobre el tapete y nos obliga a redefinirlo todo.

La palabra escrita ha sido considerada tradicionalmente síntesis condensada del acto de lectura tal como lo hemos definido, como construcción de sentido. Los mejores títulos constituyen -aunque sólo para quien ha aprendido a valorarlos, no olvidemos eso- pequeños e invalorables universos portátiles. Pero aun así, y aun teniendo en cuenta que el libro -el códice (que antes fue rollo, no hay que olvidarse)- es un invento formidable, hubo un nuevo golpe de timón en el barco de la lectura y hoy hay quienes auguran la desaparición del libro, como consecuencia del avance de la comunicación virtual por computadora. No creo en la amenaza, pero tampoco creo que haya que adoptar una posición corporativa para defenderse. Sin duda va a haber un reacomodamiento y, en este nuevo universo de la lectura, habrá cotejos y muchas redefiniciones. La historia nos demuestra que no hay una única manera de leer, que la lectura ha ido cambiando y que también que en un momento histórico coexisten diferentes prácticas de lectura y diferentes modelos de lector.

Si la industria editorial estuviese más interesada en resignificar la lectura que en expandir la producción -cosa imposible de esperar, ya que en estos momentos las decisiones últimas de los sellos más grandes ya no están en manos de editores-lectores, como sucedía antes, sino de grandes empresas de lucro (que, en muchos casos, también tienen intereses en los medios de comunicación masiva)-, manifestaría menos pánico y más eficacia: de hecho, el rumbo no parece el adecuado. Si bien la ampliación de los mercados permitió que el libro se abaratara y estuviera siempre al alcance de la mano, los mecanismos que se diseñaron y perfeccionaron en las últimas décadas para lograr ese objetivo de ampliación de los mercados -básicamente la segmentación y el culto a las novedades- minaron la significación social de la lectura.

La exigencia de novedad -habíamos dicho que la fugacidad era una marca de la época- es devoradora. Para satisfacerla la industria crea nuevos segmentos: libros para mujeres de 30 años, para recién casados, para aficionados a las ciencias ocultas, a la pesca, al petit point, a las orquídeas. La segmentación hace ilusión de variedad pero enclaustra los públicos. Es exactamente lo contrario de esas grandes colecciones de que hablaba Romero para las décadas del veinte y del treinta, en las que se ambicionaba darles "todo a todos", porque todos eran lectores y a un lector nada de lo humano podía serle ajeno.

Por otra parte, el circuito se ha ido acelerando cada vez más, de manera que las novedades duran poco y nada. Una librería de Buenos Aires, en los meses que van de marzo a noviembre, recibe alrededor de 300 títulos nuevos por mes, entre los editados en la Argentina y los extranjeros, que, al mes siguiente deberán hacerle sitio a los nuevos. Los buenos libros nuevos no logran hacerse notar en el maremagnum de las ofertas, algunas apoyadas por campañas publicitarias fabulosas, impensables hace sólo treinta años. Como es imposible mantenerse al día con una producción tan alocada, los periodistas de los suplementos culturales "solapean" o se guían por los mandatos del pequeño círculo de amigos, los usuarios desembocan obligadamente en los best-sellers mejor promovidos y los maestros, en los libros de texto que les regalan -les llevan hasta su casa o hasta su aula- los grandes sellos editoriales. El ránking de "más vendidos" que suelen publicar algunos suplementos se parece mucho a la pizarra de cotizaciones de la bolsa de comercio, otra tómbola parecida. ¿Será ese el "mundo de libros" que defendemos?

El libro ha sido durante mucho tiempo un objeto ritual. Había quienes lo anteponían al cuerpo del enfermo en la convicción de que así, por virtud de su magia, el enfermo sanaría. Por mi parte, como lectora que soy, me niego a defender el libro ritualmente. Creo profundamente en la lectura como práctica individual y socialmente transformadora y enriquecedora. Y mi vida está íntimamente vinculada a los libros, que he atesorado y sin cuyos cuerpos no imagino poder vivir. Pero, aún así, me niego a defender ritualmente al libro. A los libros me gusta elegirlos uno a uno, sé que los hay buenos, pero también malos. Soy lectora y, en materia de lectura, me niego a obedecer mandatos y defiendo mi autonomía.

Prefiero hacer pie en la lectura como construcción de sentido, y en los lectores, título que otorgo a priori, en disponibilidad, a todos los humanos. Desde ahí me pregunto: ¿qué interés podría tener nuestra sociedad contemporánea, que ha demostrado que puede declamar la lectura, en reinstalar la lectura como experiencia? ¿se trata de un interés homogéneo o hay grupos sociales que no tienen el menor interés en estimular esa experiencia? ¿es reinstalar la lectura sinónimo de vender más libros? ¿cuál es el status social de la lectura? ¿qué formas nuevas adoptará en el futuro? ¿qué tipo de lector conformará nuestro tiempo y qué le significará a ese lector la lectura ? ¿qué será leer para nuestro contemporáneo? ¿estar solo frente a un libro? ¿solo o en compañía frente a un libro, en el cine, frente a una pantalla, construyendo un relato, interpretando una noticia, navegando por la web, recorriendo una ciudad, reconociéndose en un paisaje? ¿Será posible, en un mundo riguroso y muy filtrado, recuperar la posición de lector, ese temblor, la perplejidad, el hambre de sentido del que se coloca, en un formidable acto de libertad, frenta al acertijo?

Nos va a llevar un tiempo responder a esas preguntas. Y no creo que debamos apurarnos. Hay que aprender a desconfiar de las respuestas demasiado prontas.

El autor de este Texto de Autor es Graciela Montes El contenido ha sido obtenido de: Graciela Montes - http://www.gracielamontes.com

Baruch de Spinoza Dixit

“Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas,
sino en entenderlas.”

Baruch de Spinoza

AMAR Y PERMANECER - Graciela Cohen


ENAMORAMIENTO - El alma cae en el amor



Mientras tanto Afrodita, que estaba viendo la escena, mandó a su hijo Eros, el dios del Amor, un dios alado, a que matara a Psiquis con una de sus flechas. Eros, siguiendo los mandatos de su madre, se dirigió hacia la cima de esta montaña, pero cuando empezó a sobrevolar sobre Psiquis, se quedó impactado por su gracia y accidentalmente se pinchó con una de sus flechas … y se enamoró completamente.

Y en ese estado de profundo amor le pidió a su amigo, el viento del oeste, que la llevara desde la cima de la montaña hasta el valle, y entonces Psiquis que estaba esperando en esa oscuridad el casamiento con la muerte se encontró de pronto viviendo en un hermoso palacio que estaba en el jardín del paraíso.

Invisibles sirvientes la servían, y tenía todo lo que necesitaba y deseaba. Eros venía a visitarla todas las noches y la hacía su esposa. Sólo con una condición: de que nunca lo viera. En esa época, los mortales y los dioses no podían casarse. Psiquis no debía saber quien era su esposo, ella aceptó vivir en ese paraíso maravilloso, en ese reino mágico ella aceptó la única restricción … no podía ni verlo, ni conocerlo.

Entonces Eros va a matar a Psiquis y se pincha con una de sus flechas, flechas que matan de muerte y matan de amor … y se enamora mágicamente.

Como llevado por un embrujo después de haber tomado de una poción mágica, siente un deseo irresistible de unión y por ser el dios alado del Amor llama a sus amigos los Vientos del Oeste, para que la lleven volando al jardín del paraíso.

El amor viaja en el viento, ellos son los grandes comunicadores del amor, el amor como los vientos, toca a todos cuando se mueve y Eros sabe donde están las cunas de los vientos.

¿Dónde nacen? ¿Al sur, al norte, al este o al oeste? Eros, el amor es amigo de los vientos. Él viaja en ellos, nosotros no sabemos donde nacen, sólo podemos saber algo de cómo son.

Hay vientos que susurran secretos y otros que se llevan todo a la tierra del olvido. Simún, monzones, alisios. Hay vientos con nombres femeninos -Shirley, Elsa, Aracatí-, vientos fuertes, calientes, vientos desatados, sofocantes, de mar, apacibles, vientos de distintos momentos del día, del desierto, del sur del norte del este del oeste, fatales, húmedos, vientos de brujas y demonios.

Los dioses dieron nombres a los vientos, por ejemplo la diosa Kore, la virgen doncella corre por donde se pone el sol en el solsticio de verano. El viento euro del oriente corresponde a una personificación femenina representada como una joven alada con flores, de allí viene el nombre Europa. Los vientos suaves del otoño se llaman brisas por la diosa Brisis, y la Diosa Cloris engendró el viento tempestuoso llamado Céfiro que, con cara amable, hace desaparecer los suaves vientos del otoño. Y ese viento es, precisamente, el que invocó Eros para que se llevara a Psiquis al jardín del paraíso. Un viento tempestuoso, rico en iones positivos, que siempre presagia problemas. Mi amigo Hugo me dijo un día «la mujer libre es un viento en sí misma, el hombre fuerte sabe cabalgar los vientos».

Eros, el amor, viaja en los vientos, en las flautas, los acordeones, bandoneones y violines. Todos ellos son los instrumentos con los que el amor nos lleva nuevamente al paraíso.

Entonces Psiquis que estaba esperando en esa oscuridad el casamiento con la muerte se encontró de pronto viviendo en un hermoso palacio que estaba en el jardín del paraíso.

La estadía en el «jardín del paraíso» es la primera iniciación de Psiquis, el Alma comienza a viajar hacia un mundo diferente, un mundo paralelo, otra tierra, un mundo subyacente, celeste, aéreo, sin gravedad, donde «la comida no tiene peso y los asistentes son invisibles», dice la versión original del relato.

Psiquis, fascinada, espera a Eros cada noche … la atracción de los opuestos comienza su giro … volvemos a escuchar el susurro de ese gran chisme divino, y renace con frenesí en nosotras la idea platónica de que al comienzo éramos dos en uno, luego fuimos separados y, desde entonces, estamos buscando nuestra mitad.

¿Por qué Eros se va de día y vuelve todas las noches?

Eros no la abandona, siempre vuelve, siguiendo un ritmo va y vuelve, va y vuelve. Así se mueve el amor, aumenta y disminuye, va y vuelve; y como ocurre en el mito, el Alma se alimenta con la memoria del amado hasta que se produce el regreso.

Psiquis está embobada … Cuando pasamos por esto, sufrimos de un enamoramiento que nos deja bobas. Psiquis es como la Madame Bovary de Flaubert.

¡Quién no conoce ese tipo de enamoramiento! ¡Quién no ha pasado alguna vez por allí! Sólo aquel, que lo ha vivido puede reconocer en él una especie de locura, una especie de alucinación, un estado de fascinación donde uno no puede vivir sin la presencia del otro. Cuando atravesamos ese momento, estamos sumergidas en un espacio y en un tiempo mítico, no es un tiempo real, podríamos dejar todo lo que hemos construido para ir con ese otro.

Estamos tomadas por un cuento sagrado, embriagadas disfrutamos el encuentro, damos un paso moviéndonos de la virginidad al noviazgo, y emborrachadas, confundimos imagen con esencia, proyección con realidad. En ese sentido digo que es una especie de locura que puede durar un segundo o años, estamos ciegas, ciegas de amor, locas de amor.

El amor y el Alma se tornan mutuamente objetos de un sueño común, nuestra alma mortal anhela su inmortalidad a través del amor y Eros, el dios aéreo y alado se materializa a través de Psiquis.

Así el Alma entra en las glorias del primer amor.

Psiquis «cae en amor» y entra en el paraíso donde vive en un mundo imposible de haber sido descripto antes. Así cae en amor el principio femenino, no cae hacia abajo, cae hacia arriba, vuela.

El Alma cuando se conecta con el amor siempre vuela, vuela cuando sube y vuela cuando cae.

… el alma cae en amor …

… el alma sube en amor …

Al tornarse vaporosa el Alma se eleva y se confunde, es inevitable. Inexperta, cree que finalmente ha llegado, todavía no reconoce que está en un proceso. Es como si estuviera en una estación de tren y lo viviera como si finalmente hubiera llegado a su hogar.

En este momento del relato el Alma comienza el descenso y como dice Julio «No toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa, cuando ya no se sabe dónde se está».9

Comprender la sutileza de caer en amor es dejarse caer sin que la caída nos mate. Psiquis esta aprendiendo a caer sin morir, a mantener el fuego a pesar del frío, a diferenciar un sentimiento de amor verdadero hecho de un calor que nutre la realidad con su ternura, de la insensibilidad de un mundo emocional lleno de películas con la actuación de estrellas sin luz propia.

Este momento crucial nos da la oportunidad, como todos los inevitables descensos, de realizar el gran aprendizaje que significa, caer con ojos que ven y corazón que siente.

… EL ALMA CAE HACIA ARRIBA …

El autor de este Fragmento de Libro es Graciela Cohen

Ser nostras/os Mismas/os o conformar a los demás?


Cuando a través del Propio Mapa Genético que conocemos como diseño Humano, se ve gráficamente cómo fuimos diseñados por genética, estamos observando también desde dónde ingresarán los mensajes de los demás, o sea la cultura, o sea...todos nosotros. Algunas diferencias entre Nuestra Naturaleza Genética Original y la Cultura
• La Cultura nos quiere ver a todos iguales, y al mismo tiempo, diferentes. • Cuando se encuentran con alguien diferente por Naturaleza, la Cultura quiere que sea como todos los demás. " No es como YO!" • La Cultura quiere que seas independiente, que sepas lo que tienes que hacer , solo, cada vez que tienes que actuar. • Cuando alguien por Naturaleza sabe qué hacer, solo, sin acudir a los demás, la Cultura quiere que se vuelva dependiente. • La mayoría de los padres , por Cultura, quieren que su hijo accione, manifieste, actúe por su cuenta. • Cuando esos mismos padres tienen un hijo así por Naturaleza, no saben qué hacer con él. • Algunos padres, por Cultura, quieren su hijo sea sumiso, callado, dependiente. • Cuando esos mismos padres tienen un hijo por Naturaleza callado, sumiso, dependiente, lo presionan para que se muestre independiente, transgresor y se lleve la vida por delante. • Cuando la Cultura quiere que aprendas a " no pensar" y llegues los estados de " no mente", y alguien por Naturaleza responde a esa mecánica, la misma Cultura presiona para que " pienses en algo", " no piensas! le reclaman". • Y , cuando alguien por Naturaleza no puede dejar de pensar, la misma Cultura le pide ¡ Basta, no puedes dejar de pensar por un momento!" • La Cultura no quiere que demuestres tus emociones, y cuando alguien por Naturaleza no es demostrativo, la Cultura le reclama " no sientes, acaso?", " por qué te cuesta tanto demostrar lo que sientes?" • La Cultura presiona para que no llores, y menos en público!. Y cuando alguien emocional por Naturaleza lo hace habitualmente, termina pidiendo disculpas por expresarse desde lo que Es, y la misma Cultura reclama " Llora por cualquier cosa!" • La Cultura estimula para que seas competitivo y, cuando te encuentras con alguien competitivo por Naturaleza, no quiere que se muestre como tal. • Y cuando se encuentra con alguien que no es competitivo por Naturaleza, presiona diciéndole " cómo no vas a conseguir lo mismo que los demás!?" • Cuando una persona es incontrolable por Naturaleza, la Cultura lo quiere controlar. • Si alguien sabe poner precio a su trabajo por Naturaleza, la Cultura quisiera que no cobre. • Y cuando alguien vive trabajando sin cobrar por Naturaleza, la Cultura le reclama " Eres un tonto!, no sabes valorar tu trabajo!" • Cuando alguien respeta su individualidad por Naturaleza, la Cultura no quiere que sea " individualista". • Cuando quien, por Naturaleza necesita moverse, siempre, en grupos, la Cultura presiona para que se mueva, solo. • La Cultura quiere que las conquistas sean a través del sacrificio, y si te enfermas, mejor. Cuando por Naturaleza alguien las consigue sin esforzarse, la Cultura le reclama " lo consigue fácilmente!" Conocer tu Naturaleza Original te libera de Culpas

Te Aceptas en lo que siempre fuiste

Diferencias los mensajes que no responden a tu Naturaleza Original

Dejas de hacerte cargo de los procesos ajenos

Te sientes bien con vos mismo

Porque, al fin, recuperaste la Originalidad con la que fuiste diseñado
• Si tu Naturaleza es dependiente.......Acéptate! • Si fuiste diseñado para andar solo, y sentirte bien......No te sientas Culpable! • Si no eres demostrativo por naturaleza.......que los demás lo sepan! • Si eres demostrativo por naturaleza....exprésate sin exigir lo mismo de los demás! • Si eres libre por naturaleza....respétate en esa libertad! • Si eres competitivo por naturaleza........no te sientas mal! • Si eres individualista por naturaleza.......preserva tu individualidad! • Si necesitas moverte, siempre, en grupos........hazlo sin presionar a los demás para que lo hagan! SER NOSOTROS MISMOS Y DEJAR DE CONFORMAR A LOS DEMÁS
ES LO MEJOR QUE NOS PUEDE PASAR


El autor de este Texto de Autor es Analía Jalil
El contenido ha sido obtenido de: Inicio Creativo & Humandesignarg -

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La empresa Magnética (Fragmento ) Enrique Mariscal


En mi libro “La empresa magnética”, expreso que la mayor transformación que se puede vaticinar en el mundo empresario será generada por la revolución de los clientes. Enormes sectores de la población dirán no al maltrato, a la publicidad mentirosa, al producto vacío de calidad.
Las grandes organizaciones desaparecerán vertiginosamente ante el reclamo organizado, no por una campaña astutamente pensada en un escritorio, sino por la espontánea reacción multitudinaria de rechazo a lo que carece sencillamente de magnetismo, de atracción real. Las empresas y las personas que están atrás del dinero y eso es todo, una vez que lo consiguen no tienen nada. Los negocios y el desarrollo del potencial humano, tanto interno como externo, son una misma cosa; allí radica el secreto de las empresas que prevalecerán en esta alta turbulencia.
No existe fuerza social más poderosa que la opinión pública organizada. Las empresas están insertas en sociedades más amplias y responden necesariamente a todos sus movimientos de cambio.

Mansedumbre no es debilidad.

En 1476 en la villa de Fuenteovejuna, un pueblo escarnecido e injuriado por los caprichos de su comendador, transformó su mansedumbre en violencia.
Los serenos aldeanos, en rebelde clamor de justicia, aplicaron un escarmiento tal a la autoridad, que la reacción. anónima pasó a la historia universal con un solo protagonista: “… lo hizo Fuenteovejuna.”
El genio literario de Lope de Vega inmortalizó en 1619 este hecho en una obra fundamental del teatro español, sumamente conocida en el inconsciente de los pueblos, y lamentablemente olvidada en la gestión de los gobernantes.

En cierta oportunidad reivindicatoria, el pueblo vasco peticionó al rey con humildad y soberbia: “Nos, que somos más que vos, y que valemos tanto como vos, y que unidos valemos más que vos, te pedimos…”

También en la colonia del Río de la Plata en 1810, en una de esas mañanas lluviosas de mayo, los vecinos, demandantes y molestos, despertaron exigentes en busca de una nueva identidad: “El pueblo quiere saber de qué se trata.”

El filósofo inglés John Locke (1632-1704), padre del liberalismo moderno, fundamentó el derecho a rebelarse de todo individuo contra los abusos y arbitrariedades del poder absoluto. Muy especialmente si el soberano intenta violar los derechos inalienables, de defensa y de justicia. Estos son los límites y las bases que permiten promover la armonía social con las leyes custodias del beneficio común en libertad.

Las injusticias no se olvidan.

José Saramago ante los 60.000 asistentes al Foro Social Mundial realizado últimamente en Porto Alegre, clausuró el encuentro mundial con una historia campesina ocurrida hace unos 400 años, vigente actualmente en este mundo de la injusticia globalizada.
Cierta mañana la campana de la iglesia comenzó a tocar a muerte. Los labriegos abandonaron sus tareas en la campiña y se acercaron preocupados frente al altar para averiguar quien había fallecido. No había difunto alguno, pero alguien seguía llamando al duelo. Era un buen hombre del lugar, sumamente recatado, que convocaba urgentemente al pueblo, con dolor, para hacerle saber algo terrible, había sido ultrajada su confianza por una abusiva expropiación. Todos debían saber que el poderoso de la comarca había matado a la justicia.
El premio Nobel advertía a los participantes del Foro, que en muchos lugares del planeta, muy cerca de nosotros, todos los días, muere la justicia. Es fundamental que alguien haga saber a todos de la triste nueva.

Con el mismo sentido Ernesto Hemingway (1898-1961) nos recordaba, entre escenas de la guerra civil española, donde morían tanto mansos como violentos: “No preguntes por quien tañen las campanas...Lloran por ti”, conmovedora frase, que mucho antes, había acuñado el poeta metafísico inglés John Donne (1572-1631).
En nuestros días el cine testimonial muestra al famoso actor Michael Douglas, manso, transformado repentinamente, en la gran ciudad, en un asesino serial: “Día de furia.”
Los archivos de criminología están poblados de casuística sobre la bella y la bestia como partes internas de la personalidad. A cualquier manso lo puede sorprender una jornada colérica. Alberto Camus (1913-1960) tiene pasajes elocuentes sobre estos estados confusionales tanto en “El extranjero” como en “El hombre rebelde”.
También la literatura cristiana muestra a algunos violentos como Pablo, Pedro, o San Agustín transformarse en hombres de paz. Los pobladores de los monasterios que fundó Benito de Nursia eran asaltantes de caminos. Personajes rudos convocados por un líder espiritual que les proponía renacer a una nueva vida en “familia”.

En “La empresa magnética”, que ya agotó tres ediciones desde 1993, sostengo que no existe en la sociedad una fuerza de cambio superior a la opinión pública organizada. Es el cliente el que vende; es la población la que genera de “boca en boca” redes de confianza o de descrédito. El entusiasmo, como la alegría, se contagian.

El teórico revolucionario Johann Jacob Engel (l741-1802) decía “que las ideas se encienden unas a otras como chispas eléctricas”.De la misma manera, el odio, la violencia y la depresión, se propagan de una manera incontrolable.

El clima social.

Es importante señalar que los medios de “comunicación” masivos, son los que determinan, en gran medida, a la formación de estos fenómenos psicológicos de imantación. Son ellos quienes contribuyen a generar el “clima anímico” de una comunidad.

Estas influencias dosificadas y constantes de pantalla, radio y prensa, manejadas por tecnólogos venales, fabrican alternativamente aspiraciones y conductas, sumisas o coléricas, según convengan a los intereses estratégicos del poder material.

La ira es destructiva, aunque implica una descarga enorme de energías de frustración. Ello permite cierta liberación interna.
Después de la explosión de purificadora, los sujetos quedan sorprendidos de su escondido potencial; y también más livianos para soportar las consecuencias que provocó su pulsión desatada.
Es muy prudente recordar la recomendación evangélica: “Apacienta a mi rebaño”; aunque el trueno manifieste también el poder de Dios y anuncie la irritación divina: “llega la cólera contra la iniquidad (Job 36,29-33.)

La bella y la bestia.

Robert Louis Stevenson (1850-1894) fue un escritor inglés muy profundo y sumamente enfermo. Buscando un refugio climático para su tuberculosis viajó hasta la isla de Samoa, y allí se radicó anhelante de mejor salud. Vivió respetado y querido por los indígenas del lugar, donde sus restos descansan, a su pedido, en la cumbre de una montaña.
Se trata del famoso autor de la “La isla del tesoro” y de “El doctor Jekyll y Mr. Hide”, obra ésta donde expresa las dos realidades que habitan en el corazón del hombre, y las que, en transformaciones repentinas, hacen alternar, súbitamente, dos expresiones anímicas contradictorias: la personalidad apacible y bella, con la iracundia feroz de la bestia.

Existe un aspecto sombra en nuestra persona; hay un rostro visible y otro oculto. Donde está Venus, el amor, se esconde Marte, la guerra, y recíprocamente; donde vive la mansedumbre allí mismo mora la violencia.

Muchos individuos reposados, optan por la serenidad y manifiestan la paz, porque conocen profundamente los peligros de destrucción, latentes en su interioridad. Se alejan de toda manifestación combativa porque son temerosos de su propia violencia desenfrenada.

Gandhi santificó la política al combatir el atropello imperialista con el rostro beato, pero indeclinable, de la paz organizada.

Jesús mismo no vaciló ni en echar a latigazos a los mercaderes del templo, ni cuando dijo: “no vine aquí a traer la paz sino la guerra”, ni tampoco cuando ofreció a la humanidad: “mi paz os dejo, mi paz os doy.”

Purificar la memoria.

Stevenson solía decir:” mi memoria es magnífica para olvidar”.

Los maestros espirituales afirman que la memoria debe ser purificada para que nuestra vida no sea conducida por las cicatrices del pasado; por viejos engramas neuronales que actualizan, con mucho dolor, experiencias dolorosas.

Si tuviésemos la sabiduría de vivir el pasado como pasado, no perderíamos las potencialidades del presente. Ellas son inaugurales, sorpresivas, innovadoras.
Renaceríamos así, de instante en instante, en el “aquí y ahora”fugaz, que nos toca en suerte. Hasta olvidaríamos ofensas, humillaciones y ultrajes.

En cambio prisioneros del pasado, reeditamos, una y otra vez, los escarnios y las ofensas recibidas. La respuesta agazapada, a flor de piel, toma entonces la forma de reparación, venganza, rencor, impiedad hacia el agresor.
El pasado es una reconstrucción mental, nada objetiva, de lo que ocurrió en la realidad. Sin embargo la sabiduría popular dice: “una vez sola burlan al perro macho”, mientras otros, sumamente prácticos, recomiendan una medicina licuadora de todo posible arrebato pasional: “Casarás y amansarás.”
La presencias de estas dos realidades en una sola manifestación, la expresa el cante flamenco cuando señala la cara española y musulmana de una ciudad andaluza: “Tras su velo de sultana/ Córdoba suspira y llora/porque quisiera ser mora/sin dejar de ser cristiana.”

Pero los momentos de reflexión no se corresponden con los tiempos vitales de la reprobación. Nunca se han reunido a los perros a pedradas.

La empresa en contextos violentos.

Lo cierto es que los mansos a veces se cansan; tanto las personas individualmente como los pueblos. Es entonces cuando aparece el rostro escondido de la violencia, con todas sus formas y maltratos.

Las conductas reivindicatorias de una multitud escarnecida son incontenibles, lo mismo que las reacciones individuales sorpresivas. El sabio refranero español advierte al soberano injusto: “Una y no más señor San Blas”.

La diferencia que existe entre resarcir e indemnizar es la misma que hay entre perjuicio y daño. El perjuicio está en relación con los bienes materiales, porque su presencia puede arruinarnos económicamente. El daño está en relación con la vida porque sus consecuencias nos pueden llegar a matar.
Resarcir es indemnizar un perjuicio, mientras que indemnizar es resarcir un daño.
El ultraje es privado, vale como un insulto; la injuria, es pública, afecta notoriamente a nuestro honor, es un delito. Cuando los mansos se cansan de ultrajes y de injurias no alcanzan ni los resarcimientos ni las indemnizaciones. La anestesia anula el dolor, pero quedan las cicatrices en la piel y la memoria corporal conserva el grito contenido, no vociferado.
Indudablemente Argentina pide a gritos una nueva clase de dirigentes.

La empresa magnética.

Se trata de atraer, no de expulsar.
Un doble campo magnético opera en la empresa comprometida con la calidad:
Externo: clientes, usuarios, proveedores y público se sienten atraídos hacia la membrana expansiva de la organización.
Interno: el personal se orquesta en torno a decisiones de conducción dignas de defender y de concretar.
Una organización capaz de imantar tantas voluntades es una usina de confianza.
Sabe que el que vende es el cliente y que la marca no asegura por sí misma excelencia y cumplimiento.
La atracción libera energía positiva. Las diferencias se viven como aportes.
Las fuerzas expulsoras generan frustración, alejan.
En los ambientes de buen trato expresamos lo mejor de nosotros mismos, en ambientes hostiles y de hipercrítica negamos aportes, potencialmente valiosos, por temor.
Podemos olvidar muchas anécdotas laborales en años de trabajo, pero no cómo nos sentimos tratados el primer día en la empresa. Allí, se juega la pre-imagen de lo que sigue.
El magnetismo es una expresión clara de vitalidad empresaria.
La atracción no es un punto final de llegada. Es una actitud. Es la mejor forma de una empresa.
Es protagonismo excelente.
La atracción es un indicador visible de la calidad; no una moda o un gesto circense, propagandístico y fugaz.

¿En qué radica ese poder especial de personas, grupos e instituciones que las torna convocantes?

Son centros de entusiasmo. Entusiasmo significa énthus, Dios adentro.

Teoría de las 3 i.

En síntesis: es fundamental que los protagonistas de una empresa asuman el alcance social que implican las 3 i para lograr una empresa magnética:

Teoría de las 3i
Identidad
Integración
Innovación

Identidad. ¿Con qué nos identificamos? ¿Con qué nombre respondemos? ¿Cuál es nuestra identidad personal, familiar y empresaria?

En estos momentos de cambio acelerado, con traslados, desarraigos, compra, venta, división o desaparición de empresas, es fundamental una ubicación apropiada, tanto emocional y conceptual acerca de nuestro espacio y protagonismo laboral.

La pregunta por nuestra real identidad, por la trascendencia y destino espiritual de la condición humana, más allá del D.N.I o el A.D.N. compromete a cada individuo a búsquedas interiores intransferibles con su propia conciencia.
Indudablemente estas definiciones íntimas otorgan más claridad, compromiso, lealtad y energía a la específica identidad con la que solemos incorporamos a una empresa compartida.

El problema de la identidad se convierte luego en ¿quienes somos?, identificación responsable para asumir los desafíos específicos de una empresa magnética.

Integración. ¿Qué vínculos establezco con los otros?
La calidad de las interacciones individuales, grupales, intersectoriales, empresarias darán a cada empresa
efectivas posibilidades de atracción o de expulsión.
Una empresa magnética es una organización excelentemente integrada donde cada aporte potencia y se complementa, con el protagonismo de las demás partes implicadas. No hay tolerancia para disfuncionalidad alguna, por costosa e inútilmente conflictiva.
La integración contiene, fortalece y amplifica la acción de cada movimiento orquestado. No es una moda o un estado de ánimo pasajero, es una convicción asumida como objetivo y metodología de la visión productiva.
Un sujeto en conflictos con su propia energía, desintegrado, generará dificultades en el conjunto, o bien, será contenido saludablemente en el grupo armónico por la calidad de otros aportes.

Innovación. ¿Respondemos a lo nuevo con lo nuevo? La organización debe generar un clima creativo de producción pero eso sólo no alcanza.

Es necesario que las decisiones de conducción concreten en la realidad diaria las iniciativas validas. Esto es, se trata de conseguir que la empresa impregne todas sus acciones con los aportes superadores concebidos por su potencial creativo.
La empresa magnética no es bohemia. Se alimenta de sueños y de utopías, tan fuertes, que consigue plasmarlos en la realidad con servicios efectivos e inconfundibles.

El autor de este Fragmento de Libro es Enrique Mariscal

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Grandes desventuras del chico kafkiano

Grandes desventuras del chico kafkiano


Por Roland Chemama *

A partir de las grandes novelas de Kafka –especialmente El proceso y El castillo– es posible discernir lo que denomino el Otro kafkiano; se trata de tomar estas novelas, no como la expresión de una subjetividad, sino como la presentación del Otro al que se refiere esta subjetividad. Esto supone dos cosas: que hay mutaciones históricas del Otro y que algunos individuos, en particular algunos escritores, están especialmente en condiciones de entender, o de hacer entender, algunas de estas mutaciones. En lo relativo a Kafka, su nombre propio se ha vuelto un nombre común, o más bien un adjetivo. Se habla de un universo “kafkiano”, cuando el individuo parece encerrado en situaciones absurdas, en las que todo esfuerzo de evasión, o incluso simplemente de comprensión, resulta inútil. Esta creación significante, que por otra parte es muy infrecuente, ¿no basta acaso para indicar que la obra de Kafka nos habla rotundamente de nuestra realidad o, al menos, de la que se ha esbozado a partir de comienzos del siglo XX?

Pero, ¿qué realidad? Hay quienes han podido decir que el universo de sus novelas, en el que reina una burocracia absurda y puntillosa hasta la exasperación, era el del comunismo. Otros, más bien, ven en él la pintura de la sociedad capitalista. Otros llegan a afirmar que su obra presenta una pintura premonitoria de las sociedades fascistas. Está claro que la diversidad de estos puntos de vista señala los límites de estas mismas comparaciones. Muchas veces se ha hablado de una dimensión religiosa de sus textos, pero los comentadores no se ponen demasiado de acuerdo acerca de la naturaleza de la teología de Kafka. Aquí también la diversidad de las interpretaciones conduce a no confiar en particular en una de ellas.
Se organiza, en esos libros, una atmósfera de sueño, pero también de petrificación. Se ha podido hablar, a propósito de El proceso, de la repetición de intentos siempre vanos por acceder a la verdad, de un “asalto inmóvil”, y esta expresión sería aun más adecuada para El castillo. Esto ya sugiere que el héroe kafkiano está relacionado con un Otro al que intenta afrontar, pero en un combate tanto más inútil cuanto que parece no poder empezar jamás. La escritura de Kafka contribuye a dar una impresión de encierro, un encierro que jamás puede concluir. Se ha hablado, a propósito de Kafka, de un “estilo narrativo hipotético”.
Hay por supuesto una dimensión de absurdo, de la que los comentadores han hablado mucho. Creo que, paradójicamente, está vinculada con los propios intentos de comprensión. En efecto, cada vez que el personaje principal, por ejemplo, consigue una explicación, ésta se ve inmediatamente contradicha y pierde todo valor. Protesta, insiste. Pero cuanto más protesta más se lo compara con un niño. Usted recordará quizás ese diálogo en El castillo, en el cual la mesonera del puente le repite varias veces a Joseph K. que es un niño. Pero la comparación del héroe con un niño no sólo se manifiesta cuando está en relación con personajes femeninos. El texto de El proceso aclara que Huld le hace a K. advertencias nimias, como se les hace a los niños. Son dos de los múltiples ejemplos que se pueden encontrar en toda la obra. El mundo de Kafka puede evocar plenamente la extrañeza sentida por un adulto al que se le respondería con el desenfado que suele reservarse para dirigirse a los niños. “¿Por qué?”, pregunta el niño. “Porque sí.” O incluso: “Ya se te contestará más adelante”, etcétera.
Cuando un escritor crea un universo en el que el individuo está encerrado en una red de coerciones incomprensibles, cuando hace sentir, de una manera dolorosa, hasta qué punto todo sentido puede resultar esquivo, cuando se pinta a sí mismo bajo los rasgos de un niño del que se burla, sería muy reduccionista intentar dar cuenta de ello meramente mediante una trayectoria individual. La obra de Kafka fue escrita en un momento histórico en el que tienen lugar perturbaciones de la mayor importancia, que afectan lo que para todos vale como referentes simbólicos: mutaciones políticas, choque de ideologías, deslegitimación progresiva de las creencias. Esto es lo que constituye, a mi modo de ver, una verdadera mutación del Otro. Y es por ese Otro que el sujeto se encuentra rebajado al rango de un niño. La cultura no necesariamente lo maltrata. Pero basta con que proteste, basta con que abra la boca, basta con que cuestione la suerte que se le reserva para que se burlen un poco de él. O al menos para que se le diga que su pregunta no tiene objeto, como lo hacen los dos hombres que, al principio del Proceso, vienen a detener a Joseph K. Como lo decía Lacan en unas jornadas sobre Allocution sur les psychoses de l’enfant, estamos en la época del niño generalizado. Esta época encontró en Kafka la posibilidad de refractarse en una obra genial, una obra que esclarece singularmente el mundo que nacía a comienzos del siglo XX y que es, en gran medida, aún el nuestro. Su obra esclarece una época en la que las mutaciones de los discursos sociales, las mutaciones del Otro, van a producir progresivamente nuevas patologías, que están por lo menos anunciadas en su obra. Véase, por ejemplo, su cuento “Un artista del hambre”.
En todo caso, cuando un sujeto se encierra en contradicciones que parecen condenarlo a la impotencia y a la desesperación, todo esto acompañado eventualmente de un humor devastador, podemos encontrarnos pensando que en su situación hay algo que llamamos kafkiano.
* Fragmento de Depresión. La gran neurosis contemporánea, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).

sábado, 10 de noviembre de 2007

Hugo Mugica : accedia, noia , Camus, Sìsifo , sabado a la tarde, uds y yo.

"Quien grita en el abismo supera el abismo:

su mismo grito lo levanta por encima del abismo."

San Agustín


Es sabida y repetida —lo que no significa suficientemente escuchada— la frase con que Albert Camus da comienzo a "El mito de Sísifo" : "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida".

Dejemos por ahora a Camus, al abismal humanista que buscaba "ser santo sin Dios" y retrocedamos. Vayamos hasta casi el inicio de nuestra cultura cuando lo griego y lo cristiano comenzaban a imbricarse, cuando no se buscaba responder teóricamente a la pregunta sobre la vida sino que se combatía por mantenerla viva.Comencemos por el polo negativo de la dialéctica de este combate: la acedia, el tema que obsesionaba a los escritores espirituales de entonces, a los buceadores de la interioridad humana —alma, espíritu, psique, deseo, o como cada uno prefiera llamarla. Me refiero a todo aquello que precede a la propia conciencia sobre nosotros mismos, aquello que no es contenido de nuestra razón sino continente de nuestro ser, aquello desde lo cual y gracias a lo cual somos.

Con el género literario propio de entonces —el siglo XV de nuestra era— la acedia era considerada un pecado —una falta, algo que faltaba a lo que debimos llegar a ser. El "pecado del mediodía", como se la denominaba, atacaba cada mediodía, cuando el sol y la pesantez parecieran llamarnos a deponer las energías, cuando el horizonte se vuelve una línea fluctuante y vaporosa, y, drásticamente, en el mediodía de la vida, cuando la vida que nos espera reclama un nuevo impulso de nuestro ser para recomenzar, y a la vez, cuando los años parecieran invitarnos a deponer todo proyecto, a conformarnos con lo ya logrado, a refugiarnos en lo ya vivido, a encerrarnos en la repetición. Un pecado basal, ya que socavaba la voluntad, que vampirizaba la energía vital.

Para comprenderlo, comprender la acedia, nada mejor que poner frente a frente este pecado con la virtud opuesta a él, con la magnanimitas, o también, ponerlos a dialogar. La acedia, antes de ir transformando su nombre y variando sus vestimentas, antes de ser "tristeza" medieval, "spleen" de Baudelaire, "mal del alma" de los románticos, "espíritu de pesadez" nietzscheano, o la "depresión" que nos rodea, y que quizá ya nos anegue, consistía —consiste— en un desánimo ante la tarea de la vida, no ante este o aquel trabajo, ante este o aquel proyecto, sino ante la vida como tarea, como combate, como aspiración a la grandeza, pues tal es la definición de la magnanimidad: aspiración a la grandeza de la vida, o a la vida como grandeza, como algo magno, algo que siempre exige más porque siempre quiere entregarse como novedad, siempre quiere crearnos para crearse ella misma en nosotros, para trascenderse en virtud de su ser siempre más, de rebasarse para celebrarse.Así, a la luz de la magnanimidad, la acedia aparece como la inerte tristeza del corazón que no quiere o no puede exigirse ya la grandeza, la desesperada sed de una sequedad interior, el sopor de la mezquindad existencial... como náusea sartreana o el aburrimiento —la noia— representado por Moravia.

Todo eso y, también, la conciencia de que todo eso ya es nuestro corazón, la conciencia de que hemos pactado, tácitamente, ni con lo mucho ni con lo poco, apenas con lo del medio, apenas y nada menos que con la mediocridad.

En flagrante contraste con lo que esperaríamos, el síndrome de la acedia no es el de la pasividad, el del ocio o el ensueño que prolonga a una siesta tropical. Todo lo contrario: la acedia se manifiesta en la inquietud, en el continuo desplazamiento, en la famosa curiositas, en la huida de quien no puede habitarse a sí mismo, quien "no soporta permanecer en su celda", como decían los ancianos para describir lo que hoy nos rodea: saber todo para no ser nada, ir de uno a otro para evitar encontrarse con alguien, hablar con todos para no decirse a nadie, recorrer distancias para seguir girando...Volvamos a Camus y replanteemos su pregunta: ¿cuánta acedia, cuánta depresión, cuánta falta de deseo por la grandeza de la vida hace falta para considerarse muerto? ¿Cuánta falta de deseo de vivir hace falta para suicidarse, aunque no lo concretemos en el gesto postrero de quien hace de la desesperación un final?

Es innegable que vivimos una crisis del deseo, una falta de pasión por la vida, una falta de aspirar a su grandeza: una falta, en definitiva, de celebrar el milagro de vivir. Pareciera que nos bastaría un poco de confort, algunos juguetes —para adultos, claro—, un poco de seguridad, real o pronosticada por algún vidente, dibujada con nuestros pasos o inscrita en alguna carta natal, para hacer de ese agonizar un jadeo y llamarlo vida, aunque el asombro de vivir sea la ya sombría costumbre de repetirnos, aunque la vida se haya angilosado sustantivo y ya no se conjugue como verbo: sea verdor de moho y no de ciernes.

Tomemos como metáforas las dos grandes enfermedades que nos amenazan, que ya viven o matan entre nosotros: la depresión y el sida. Una, la primera, fagocita la presión por vivir, ahueca la voluntad como a un tronco que ya no puede sino ir secándose, manteniendo la fronda, quizás, pero no ya dando frutos. La otra, el sida, erradica nuestras defensas, quedamos inmunes ante toda enfermedad, ante toda negatividad de la vida, ante todo desafío de apostar por la vida. Muerte psíquica o muerte física: ambas significan bajar los brazos, dejar de combatir por la vida, para la vida.Volvamos otra vez al pasado, a algo tan antiguo como actual, volvamos al consejo que un santo —Gregorio Magno— escribió como remedio para la acedia:"El pecado de la acedia espiritual, de la desgana del alma, sólo se puede superar si el hombre piensa de continuo en los bienes celestiales. Es imposible que un espíritu que se alegra esperando cosas tan alegres, se sienta desanimado.

"Feuerbach mediante, cualquiera tiene derecho a proyectar sobre la pantalla "celestial" lo que desee, pero creo que el remedio sigue siendo tan válido como necesario: sólo una gran pasión, sólo un horizonte abierto, algo por lo que valga la pena no sólo vivir sino también morir, puede llenar la vida, llenarla sabiendo que la vida no tiene fondo, que se llena dejándola manar, dejándonos arrastrar por ella y en ella, hasta la intemperie, puede ser, pero también y al mismo tiempo hasta lo abierto: en el espacio para respirar y tener aliento nuevo y vivo para volver a aspirar.

Hemos demolido, criticado todo, la razón hace ya tiempo que se muerde su propia cola, la razón critica pero dentro de los límites de la razón, dentro de la razón de los límites, es crítica pero no creación, nuevo cálculo, no imaginación.Crisis del deseo, crisis también de creación, de sueños, de imaginación. La racionalidad se ha encargado de demoler todas las estatuas, bien o mal, demolidas están. Algo es seguro, algo nos queda como seguridad: hay nuevos y amplios espacios para la creación, está en nosotros que sean espacios vacíos, huecos de lo que pudo llegar a ser, o vastedad para crear, para instaurar nuevas imágenes del deseo, nuevos ideales de la pasión, nuevos sueños para encarnar, nuevos ritmos para latir...La vida puede vivir sin nosotros, vivió y fue tierra antes de que el hombre la pisara, puede ser vida en estrellas y galaxias aunque el hombre deje de contemplarlas. A la vida le basta la fisura de una roca para brotar, como una plantita que crece en la grieta de un muro, como la vida diciéndose en medio de nuestros muros y naciendo desde nuestros escombros. Ella puede vivir sin nosotros, nosotros no podemos hacerlo sin ella. En nosotros está lo más propio y lo más lejano: desear. En nosotros está el acto más raigal de la esperanza y el primer acto de la libertad: imaginar. En nosotros está realizar el acto más expresivo de la fe en la vida, el que responde a si la vida vale o no vale la pena de ser vivida, vitalmente vivida: crear.

En cada uno está la posibilidad de desear las bodas del deseo y la esperanza, las bodas que darán a luz la creación de algo por lo cual vivir, algo que exprese y conduzca el maravilloso sueño de vivir. Algo que quizás esté al final, que tal vez nunca lleguemos a alcanzar, pero por eso mismo que nos induzca a avanzar, a desplegarnos, a celebrar.

Hugo Mugica


Quiero compartir un correo que me enviò ...no importa quièn

Cargado de honores y medallas, con paso firme y mirada orgullosa,
el guerrero samurai se detuvo ante el maestro,
puso la mano izquierda
sobre su pecho y con la derecha rodeó
suavemente el puño de su sable.

Juntó los talones, hizo una venia
como gesto de un respetuoso saludo,
y dirigiéndose al anciano le preguntó:

-Maestro, enséñame la diferencia entre el cielo y el infierno.

El maestro lo miró despectivamente y,
después de un largo silencio,
le repuso al samurai:

-Enseñarte a ti, que eres superfluo y arrogante,
que crees que vales por la fuerza de tu espada
o el tamaño de tu bolsa, es inútil.
No sé si tu cabezota es capaz de entender
las palabras más simples.

El guerrero tomó una bocanada de aire.
Conteniendo su ira, sujetó con fuerza el mango de su sable y,
con voz fuerte y mirada altiva,
respondió:

-Maestro, cuida tu lengua, muchos por menos han perdido su cabeza.

El viejo sonrió sereno y con palabras suaves añadió:

-Ese es el infierno.

El samurai, conmovido, se inclinó con humildad y con voz honesta
y profunda dijo:

-Maestro, muchas gracias, tus palabras tocaron mi alma. La rabia,
el miedo y la arrogancia son mi infierno.

El maestro lo miró fijamente y le dijo:

-Ese es el cielo.

Patricia, no son las palabras de los otros
las que te envían al cielo o al infierno,
es el significado que les das.
Las palabras pueden contener emociones,
pero tu decidides si las aceptas y cuanta importancia
tienen para ti.
Cuando eliges la rabia, la arrogancia o el miedo ,
estas escogiendo el dolor, el juicio y el aislamiento,
tanto para ti como para quienes te rodean.

Nuestros maestros y nuestras lecciones
se encuentran con frecuencia en las
personas o situaciones más inesperadas.

martes, 6 de noviembre de 2007

Fragmentos de poemas del libro "DESPUÉS DE TODO" - Miquel Martí i Pol

Y ahora ¿qué nos queda además del recelo

y las carencias? ¿Que compartiremos

con la gente que amamos y nos ama?

¿La oscura complacencia de los secretos

o la riqueza absurda del misterio?

MEMORIA
Sea lo que sea, con gente que no conozco

cada mañana suscribo normas y pactos

y me cuesta menos creer en el deseo

que apuntalar los años con muchas muletas.

EL OTRO Y YO

Después, los dioses dirán por qué camino

y con qué gente debo seguir la ruta;

dócil y grave alargaré las manos

para aprender el nuevo ritmo de la lluvia.

INVITACIÓN A LA DANZA


lunes, 5 de noviembre de 2007

Tic, tic , tic...Habemus Web 2.0 ...

Desde aquì un saludo a mis compañeras y compañeros del Nuevas tendencias de aprendizaje
en la red - Web 2.0 y por supuesto a nuestro Tutor , el Sr. Gabriel Paz , sociòlogo ,

Tutor responsable del curso y a la coordinadora,
Claudia Aguirre.Si desean conocer a todo el
Equipo de e-learning vayan a...
http://educar.e-ducativa.com/plataforma/presentacion.cgi?wAccion=vertopico&wIdTopico=06
Desde ya propongo un viaje de egresados ...Y ahora a estudiar!
Les enviè mails a todo el grupo pero no me presentè como debia y olvide un blog educativo personal y un blog cuya idea de ponerlo en marcha fue de la escribiente avalado por la VD de Superior y comentar
que mis compañeras se afanaron...es decir se esmeraron jejejeje para que represente al ISFD Nª142 de la mejor manera pero no se por que me excluyeron sin mediar explicaciones.(Eso no se cuenta...pero antes que las malas lenguas lo anden diciendo)Aunque yo voy a presentar un proyecto superador mas abarcativo relacionado con ....jajajajaja.Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
Serà sorpresa sorpresa.
Ethos en la net...





EL ABRAZO - Pedro Mairal



que yo besas tu boca
mujer de mi mirada verde tuya
que nuestro corazón me desbarranco
mi mano por sus caderas mías
que ofrezco al abro sombras y la invado
un pecho en él de ella sobre mí
con todo el vino nuestro
cada noche

perfiles donde azul y verde un ojo
de amada con mis fauces sometiendo
los labios de ella heridos
por esta fruta nuestra
que somos tú morena con esas ancas mías
debajo de este toro lastimado
los muslos de ella el hombre los delfines
que nos abrazo de ambos
con fuerza de hombre rojo
mis alas son tus piernas de ella las abiertas
debajo de la nuestra cabellera
hay párpados y orejas y narices

y en el abrazo oscuro
en la navegación ventral después rocío
la sombra en tu cabello acariciando
las flores de tu sombra